La aparición de Aurora, Ñústa que con flamígera espada y honda en mano convirtió a estos monstruos en bestias pétreas, da origen a otro culto zoolítico.
Ya en la colonia, esta antigua danza venerativa hacia su deidad de las oquedades y convertida en el Tiw, Uru o Supay, quechua, da origen a la evangelización doctrinera a partir de la imaginería pedagógica misional, se crea las leyendas del “chiru chiru” y el “nina nina”, con soporte ideológico entre el “bien y el mal”, que con profundos contrastes, los doctrineros implantan también la diferencia inequívoca del cielo y el infierno.
A partir de esos conceptos, apoyados en el auto sacramental convertido en el “relato de la diablada y los siete pecados capitales”, se crea la trama del nacimiento y entronización de la imagen de la Virgen de la Candelaria. Venerada localmente, como Virgen del Socavón. Una de estas leyendas dice que, apareció a la cabecera del cuerpo inerte de un ladrón que se refugiaba en uno de los socavones del cerro Pie de Gallo.
La otra leyenda, añade que apuñalado el ladrón es socorrido por la Virgen y trasladado al Hospital San Juan de Dios de Oruro.
Desde ese entonces, la devoción aumentó, los mitayos y mineros gozaban de tres días de licencia (sábado de peregrinación, domingo y lunes de Carnaval), para rendirle pleitesía disfrazándose de diablos en su honor.
FUENTE A.C.F.O.
El origen pre Uru, la práctica pre colombina, de la Diablada como danza, y su consolidación en la colonia como danza misional y en la República actual, ha creado soportes de tradición oral, como la leyenda del Dios Huari, a quien este pueblo rendía preeminente culto, como parte de su panteón deífico, mismo, al percatarse que ya no era venerado y desdeñado por Aurora, hija del Dios Sol, mandó como castigo grandes plagas para exterminarlos (el sapo, la víbora, el lagarto y las hormigas).