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  CARNAVAL
 

 BREVE ANTECEDENTE ETNO HISTORICO 
El Carnaval de Oruro, tiene su origen en el misticismo ancestral que el hombre de estas latitudes Uru - andinas practicaba. Los antecedentes previos al término “carnaval” son, los ritos primitivos que dan origen a la religiosidad Uru, los de domesticación a la llama, los de la caza a la taruka (ciervo andino), los ritos al Tiw y las que básicamente son conocidas como anatas o fiestas de la siembra y cosecha que obedecen a la cosmovisión y calendario agrícola andino respectivamente, dentro los distintos procesos culturales que alteraron los tiempos y espacios sacralizados, hasta llegar en profundidad al tiempo mítico y místico del desarrollo Uru-kolla, antes del Aymaro-tihuanacota, las conquistas del Imperio Quechua, que el expansionismo Inca, jamás pudo mimetizar ni extirpar, al igual que lo intentare luego la conquista espanola, asumiendo ésta, diferente conducta dogmatizante y aculturadora, sangrienta y humillante, que ha “patronimizado” las manifestaciones de la cosmovisión andina, enajenando las deidades propias con la imposición de otras del santoral católico, frente a la otra, la nuestra, acostumbrada al rito silencioso, alejado, escondido, discreto, enérgico y suficientemente telúrico y politeísta. Invocaciones a la Pachamama (madre tierra), al Tiw o Tío Uru, al supay de los parajes mineros, son el sustento intangible de esta grandiosa manifestación que viene a nuestro tiempo, como tiempo permanente y numinoso, a decir de Rudolf Otto -“como una cosa ganz andere-, como algo radical y totalmente diferente”.

Marca 1789, el calendario ibérico católico. La entronización de la imagen de la Virgen de la Candelaria, conocida por los locales como la Virgen del Socavón; nace en esa época la intención de hiperdulizar los ritos indios y empatronarlos con la Virgen morena, proceso extirpador que no pudo conseguir su objetivo, al contrario, tuvo el catolicismo que integrarse a la ritualidad indígena y compartir tiempo y espacio hierofánico y teofánico. Sin fundirse ni confundirse, es el mismo caos que se vuelve sagrado, es el mismo hombre que no adultera su creencia, no entrega su fe, no reverencia a Dios si no tiene al lado su propia Waca. Leyendas como Huari y los urus, de la mitología altiplánica, que fundamenta la aparición de una “bella Ñusta” que defiende de las plagas monstruosas que envía Huari, (la víbora por el sud, el sapo por el norte y las hormigas por el este), a este pueblo pacífico de los Uru Uru; convirtiendo a cada una de estas, en pétreos testimonios de su innatural grandeza, vinculada en la colonia precisamente con la Virgen. Debieron pasar muchos años para que xpiamismo (cristianismo) ibérico mestice esta leyenda e ingenie otras como las del Chiru Chiru o la del Nina Nina, para que en 1789 los mineros a la imprecación y descubrimiento de la imagen, resuelvan reverenciarla durante tres días al año, desde el sábado de peregrinación, domingo de carnaval y lunes declarado del diablo y del moreno y despedida de la Virgen, con sendas fiestas. En este festejo debía usarse disfraces a semejanza de los diablos y al ritmo de su propia música, que por cierto es otro elemento indescifrado en su composición, al igual que el anonimato del autor de tan hermoso y singular fresco de la Candelaria.

Coexisten Maria y pachamama, el diablo extranjero se impregnan de localismo Uru, el Tiw, es luego tío; es, desde ese tiempo la Diablada, que junto al catolicismo, el rito indio es convertido en carnaval andino y un auto sacramental es convertido en el “relato de la Diablada

 Fuente: Ascanio J. Nava Rodríguez


 
   
 
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